miércoles, 8 de septiembre de 2010

Grilla de altura: inocua--- Luis Linares Zapata

Apenas terminó su armada fiesta particular por su cuarto año al frente del Ejecutivo federal, el señor Calderón tiene ahora que convivir con un desatado frenesí de grillos. Tal fenómeno usualmente ocurría, de manera ritual, después del quinto Informe. Pero la fragilidad del panista, aunada al clima de sobresalto, la crisis económica y la acendrada inoperancia política, ha concitado barruntos de pasiones en las meras cúspides decisorias. Los habitantes de las alturas políticas del país se muestran en todo su pequeño esplendor. Portan, eso sí, sus mejores galas, ensayan atrevidas maniobras y llevan a cabo sendos preparativos para situarse, con la frase adecuada, con el desplante más efervescente ante el conjunto de sus iguales. Todo, dicen los enterados, con vistas a 2012, donde convergen sus esperanzas remuneradoras. En toda esta melé, pocas, o ninguna, referencia se hacen a las tribulaciones populares. Menos aún a sus anhelos y urgentes necesidades. Los mandones se juegan el estrellato que poco o nada tiene que ver con la que califican de masa irreverente, necia y protestona. Según el recuento de los columneros y demás propagandistas del elenco que tapiza, hoy por hoy, el firmamento de los que cuentan a la hora de las decisiones importantes, todo está en vías de acomodarse pero la luz priísta refulge, diáfana y segura, en el horizonte.

El señor Calderón tiene que curar múltiples y profundas heridas, afirman unos. Le quedan aún dos años y las reformas estructurales, tan vitales como pospuestas por los tacaños legisladores, no deben esperar más tiempo, concluyen otros. La eficacia de su sexenio, sin mirar atrás, claro, podría quedar en entredicho. El michoacano de la mecha corta y las obsesiones recurrentes, no se resigna a pasar desapercibido o, peor aún, aparecer como insignificante administrador que malgasta los escasos recursos disponibles. Los priístas, en concertada táctica, se van desvelando como un coro que todo lo pone en juego por el bien del país pero que poco, o nada, queda grabado en leyes benéficas para las mayorías. Sólo subsisten los enredos y tejemanejes de mediana talla para salir del paso y llenar el expediente. Pero, eso sí, los gestos simbólicos, los desplantes escénicos llevados con forzada galanura por algunos oficiantes de cierta prosapia y experiencia, son descritos, comentados hasta la exasperación por aquellos a los que les interesa situarse cerca del fuego sagrado. No falta quien, con serias magulladuras pasadas (R. Madrazo) deslice por ahí una dolida opinión acerca de quiénes son los prospectos serios para la grande y quien deberá ser descartada. Una olla de grillos que ya no contiene a su prole, un ánimo contagioso de banalidades que invade toda pieza difusiva. Hasta los curas, ensombrerados y con bastón dorado, participan con sus dislates. La eterna profesora, mapache consumada, dicta sentencias de sus mismas dolencias.

Los forcejeos por los puestos de mando en las cámaras son rudos, según narran los enterados de tales trabazones de brazos y los indiscretos bolsillos rellenados. Los líderes del PRD han salido con varias heridas del combate callejero a que los orillaron los ofendidos por sus alianzas, tachadas y reprobadas, por ser contra natura. La pérdida de Oaxaca y Puebla les causó a los priístas serios escozores de piel y de músculo. Añoran los muchos votos fáciles que se les irán de las manos. Los de la izquierda parlamentaria, por tanto, seguirán flotando entre el reino de las promesas incumplidas. Sus expectativas a futuro se toparán, qué duda cabe, con el pavor que imprimen sus revanchas y amenazas de cambio. Los columneros, y sus voces profundas, se lo recordarán continuamente. Difundirán que la posibilidad de tener, bajo su populista orden, los puestos de mayor significación legislativa aterrará al más pintado conservador. Les predican que, en las alturas decisorias, sólo se aceptan voces conocidas, manos domesticadas, conciencias tersas al poder real que se mueve tras bambalinas. El oficialismo difusivo grita con falta de delicadeza que no son gratos al poder establecido. Hay que oírlos decir, sin embargo, que lo alcanzado lo deben trabajar mejor para conservarlo en buen estado. Lo que ambicionan, se les recomienda, les llegará después de desplegar un gran esfuerzo. Las simpatías populares, dicen por ahí algunos opinadores marginales al griterío mediático, se ganan con perseverante congruencia que hoy en día se le cuestiona a la izquierda, al menos a la burocracia que la representa.

El pararse frente al Ejecutivo de aquellos que, por ahora al menos, despliegan, muestran o ambicionan algún recurso de poder, se aprecia como de vital importancia por los observadores enterados. De ahí que la danza de apariencias y reflejos sea tan continua como infértil. Tienen, los actores de primer orden y a ojos de sus detractores y apoyadores, que desplegar sus mejores trajes, sus modales más refinados, sus frases más agudas para que sean tomados en cuenta, para que se hable de ellos, para que existan. Todos los medios de comunicación quedan pendientes de alguna reunión convocada en Los Pinos. Se espulga, hasta el cansancio, los nombres tanto de los asistentes como de los que no fueron convocados. La significación real para la vida de la República de tales trasiegos queda arrumbada entre las muchas urgencias de las agendas personales y la incapacidad de los concurrentes para generar políticas públicas efectivas.

Una figura, sin embargo, destaca entre tal frenesí. Es uno que puede concitar a parte sustantiva de las fuerzas vivas. Los actores principales del reparto acuden presurosos a su invitación. Tiene la capacidad de movilizar enormes recursos para hacerse notar, para aparecer como un hombre de futuro incontestable. Es un gobernador que, sin escatimar dineros de origen sombrío, puede aparecer aquí, allá, cumpliendo cuanto se propuso en su campaña. Los medios de comunicación principales se rinden a su influjo. Las estudiadas frases le salen con ensayada fluidez e intentan dar contenido a una imagen generada con múltiples artificios de mercadotecnia. No lo logran, pero ahí quedan para una posteridad momentánea que las juzgará con gracia comprada. Es el preferido del electorado que opina en las encuestas a modo de la actualidad simulada. Es, qué duda cabe, al que los priístas han escogido como su adalid, allá ellos. Su calidad está en cuestión por incontables lados pero sigue de puntero, sostienen sus muchos promotores. De prolongarse así las cosas, el encontronazo con la realidad que aqueja al país será mayúsculo. Ojalá y los mexicanos tengan la sensatez de no volver al pasado. Tendrán, por tanto, que arriesgarse a vivir la experiencia de un cambio verdadero a pesar de la tormenta de frivolidades y el olvido de sus necesidades vitales que les recetan a diario las burocracias políticas, comparsas y adláteres difusivos.

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