miércoles, 6 de julio de 2011

Crisis de calidad electoral en el Edomex-- Bernardo Barranco V.

El apabullante triunfo de Eruviel Ávila no debe rayar en el triunfalismo, pues el alto índice de abstención resulta preocupante y su análisis resulta obligado. Según los datos del IEEM, la abstención es de 57 por ciento y es uno de los índices más altos desde 2005 en la propia entidad. Estamos ante cerca de 6 millones de personas que no acudieron a las urnas, por diferentes motivos, entre ellos la decepción hacia la clase política. Salvo en el Valle de Toluca, la lluvia no puede pretextarse como excusa, pues en la gran metrópoli comenzó a llover muy tarde, un par de horas antes del cierre de casillas. Dicho de otra manera, la mayoría de los mexiquenses, le dieron la espalda a un proceso electoral deteriorado por los excesos, cinismos y trapacerías de los principales actores involucrados, incluyendo las autoridades electorales, cuyo comportamiento equívoco alejó la ciudanía de las urnas.

En Casa Lamm, diferentes intelectuales se reunieron unos días antes de la jornada electoral para analizar el proceso. En el panel organizado por Dictamen Ciudadano participaron brillantes analistas como John Ackerman, Sergio Aguayo, José Antonio Crespo, Alonso Zárate y Eduardo Huchim, Jenaro Villamil y Ricardo Alemán. La mayoría coincidía en que asistimos a una dolorosa involución política de los procesos electorales que refleja la actual circunstancia política que impera en el país. Todas las reformas y esfuerzos políticos y sociales de los años noventa se han debilitado; es decir, tener órganos electorales ciudadanizados, partidos profesionalizados y contiendas electorales equitativas con abundantes recursos forma parte de una arqueología política rebasada.

Zárate nos refería un hartazgo de la ciudadanía, y cómo las campañas exhibían como en vitrina las miserias de los partidos, llenos de corrupción, de trampas, de cooptación de instituciones y de medios locales; Huchim, de manera elocuente, destacaba la desmesura en los gastos de las campañas, especialmente la priísta: son un gran insulto a los núcleos marginales del estado de México, un neocaciquismo de aparato gubernamental que corrompe la lógica de una competencia en equidad. Aquí no hay buenos ni malos, nos advertía Ricardo Alemán: en el caso del estado de México tanto el PAN como el PRD son corresponsables tanto de las reformas electorales, a excepción de la ley Peña, como de la construcción de las instancias electorales y de las desmesuras financieras vía prerrogativas. Alemán alerta en el arcaico leguaje del fraude y de la elección de Estado como retórica está altamente erosionada. Por tanto es muy cuestionable la victimización de los actores y la búsqueda de culpables en fracasos. La elección en el estado de México puede ser en anticipo de la regresión en 2012, a diferencia de otras votaciones en años previos, nos decía Crespo; en suma, y recojo la expresión de Sergio Aguayo, hay crisis ética de la política en los actores, hay una sensación de una democracia fracasada.

El resultado mexiquense es tan abrumador en favor del PRI que puede inhibir las críticas al proceso. Porque no hay forma de decir que estas elecciones se perdieron por una masiva operación fraudulenta. Ni que el conjunto de las inequidades y los ilícitos que se cometieron expliquen el resultado apabullante que arrojaron las urnas. Sin embargo, no podemos pasar por alto algunos factores que nos explican el alejamiento ciudadano de la participación en las urnas. Primero: costoso proceso electoral; altas prerrogativas y ausencia de una protegida fiscalización propicias gastos desmedidos e insultantes. Segundo: procesos electorales inequitativos. Excesiva e ilegal operación de los aparatos de gobierno que operan electoralmente, como ocurrió en el estado de México. La omisión de las autoridades electorales y de los tribunales condenadan aún más la inequidad del proceso. El paradigma del video de Bernardo García Cisneros no debe verse como caso aislado, sino como una lamentable mutación sistémica que regresa como un tumor invasivo. Tercero: autoridades electorales colonizadas. Nada más incierto en el juego electoral que un árbitro vendido. El IEEM fue secuestrado por el gobierno de Peña Nieto; sus consejeros fueron notoriamente parciales, dejaron de ser garantes de la certeza e independencia y se convirtieron en artesanos de la inequidad. Cuarto: campañas electorales convencionales. El PRI en el estilo propio y en las multitudes simuladas, en las promesas arrebatas para el aplauso. Ni el PAN ni el PRD pudieron elaborar un discurso, una campaña ni una simbología alternativas a las del PRI. El mimetismo fue desesperante al grado de la similitud de sus plataformas electorales. El concepto cambio desapareció del vocabulario electoral durante las campañas que jamás prendieron entre la población. Hubo tedio y tonalidades de campañas placeras con arrebatos de nostalgia hacia el siglo pasado. Los debates pudieron ser novedosos pero no lo fueron, a falta de contenidos los comentarios se centraron en los copetes, la chapitas, el antidoping y las carteras. Todo para olvidar.

Finalmente, el abstencionismo ha sido derrotado por el voto duro. Estamos ante el riesgo, como diría Villamil, de que el sufragio no sea efectivo, pero tampoco la abstención es un recurso. Toda la maquinaria en esta elección estuvo apuntando no sólo a ganar la elección a gobernador, sino mostrar un músculo potente para crear la percepción de inevitabilidad en el regreso del PRI a Los Pinos. Un regreso a como dé lugar y a costa de todo.

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