sábado, 9 de julio de 2011

Ricardo Rocha -- Bienvenidos a la realidad

Si de box se tratara, para el 2012 tenemos un feroz peso completo —tipo muerdeorejas Tyson— frente a un apanicado peso welter, al que le urgen subir muchos kilos si quiere dar pelea; abajo, un enclenque minimosca al que ni el réferi ni el respetable público dejan subir al ring. Lo dicho, será cosa de dos.
A ver: por supuesto que es lógico que todos demos como “la nota” el aplastante triunfo del PRI el domingo pasado, el cual ya estaba más cantado que el Cielito lindo; sin embargo, para mí que es todavía más nota el derrumbe del PAN en caída libre. Y es que, a pesar de las señales desde el 2009, ni los propios panistas pensaron que caerían tan bajo: perdieron por paliza en Coahuila, donde el carnal Rubén se tupió dos a uno al señor Anaya, compadre del Presidente; en Nayarit, donde se los enchipocló el príista Sandoval, la derrota no fue tan humillante nada más porque su candidata Martha Elena había forjado su popularidad en otro partido; en Hidalgo, apenas migajas del pastel de 84 municipios de los que se zamparon 42 los glotones tricolores. Pero donde la tunda estuvo escandalosa fue en el Estado de México, en el que su candidato mártir, Luis Felipe Bravo Mena, fue echado a los perros sin siquiera una piedra y donde apenas alcanzó una quinta parte de la aplanadora priísta representada por Eruviel Ávila.

Todo ello significa, ni más ni menos, algo que pocos se atreven a reconocer abiertamente: el hartazgo ya inocultable de la mayoría de los mexicanos, a diez años de gobiernos panistas encarnados en Fox y Calderón. Diez años donde ambos podrán decir misa, pero durante los cuales —como diría el gran Rius en su nuevo libro Santo PRI, líbranos del PAN— habría que reconocer muchos aumentos: en muertos; en sangre y violencia; en asesinatos de mujeres; en tráfico de armas; en producción y consumo de drogas… y por supuesto aumentos en el hambre, pobreza y precios de todo tipo de productos. Por supuesto que todo esto influye a la hora de ir a votar.
Ante este desolador panorama propiciado por la derecha, la izquierda ha sido incapaz de presentar una opción alternativa, moderna, sustentable, equitativa y viable. Con el mismo discurso cansón y arcaico no ha hecho sino perder voto a voto. Y ahí están los resultados: algunos municipios de consolación en Hidalgo; en Coahuila, el ridículo de ir separados —faltaba más— para que ni PRD ni PT-Convergencia alcanzaran siquiera 2%, por lo que perderán su registro; en Nayarit, ni cosquillas hicieron a los otros dos candidatos con un necio llamado Guadalupe Acosta Naranjo; todo en beneficio de Roberto Sandoval, el candidato priísta. También en este caso es patético el proceso en el Edomex: primero los devaneos y fintas de López Obrador, Ebrard y el propio Encinas que perdieron un tiempo precioso; luego una campaña gris sin una sola propuesta recordable e innovadora; el resultado, un tercio de los votos del ganador… pero eso sí, el doble del tercer lugar.
Por eso el PRI ya está sentado en la esquina del campeón esperando, confiado, la pelea. Se llevó todo o casi todo: la victoria holgada en Nayarit; la gubernatura para el clan Moreira en Coahuila, y la joya de la corona en el Estado de México para un batallador Eruviel Ávila, pero también para un exultante Enrique Peña que afianza y endurece su precandidatura a la Presidencia. Sin rival de peso en el horizonte.
A tres días de la doble debacle, es tiempo de lamerse las heridas: por eso en el PAN dicen que ahora sí ya entendieron el mensaje de los electores y arropan a su líder Gustavo Madero como insinuando que no es sólo él, sino también Calderón el responsable; mientras, en el PRD inauguran la bonita sección “Los Hubiera”: si Martha Elena hubiera sido la candidata en Nayarit; si se hubiera hecho la coalición con el PAN en el Edomex; que si nos hubieran tupido de todas maneras; y así ad infinitum.
En frente, en el PRI, están tan sobrados que por ahora sólo tienen que combatir al veleidoso demonio de su soberbia.

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