jueves, 12 de julio de 2012

Columna Incómoda. PRI y Peña Nieto, pasmados-- ALEXIA BARRIOS G.

Si Peña y el PRI no son capaces de entender y saber responder a las movilizaciones y críticas ciudadanas, no están del todo capacitados para tomar de nuevo las riendas del país. Más allá de que las protestas estén concentradas en la Ciudad de México y otras ciudades, de que haya una incidencia directa o indirecta de operadores identificados con el lopezobradorismo, las movilizaciones han servido para mostrar el lado insensible del ex candidato presidencial priísta.

No es que Peña no sepa escuchar, porque ha respondido lo mismo al #YoSoy132 que a los lopezobradoristas con declaraciones muy razonadas para no echarle más leña al fuego, sino que hasta este momento tanto él como su equipo y partido, hacen evidente su ineficacia para atender los reclamos sociales y sus limitaciones para digerir social e ideológicamente la complejidad a la que se enfrentarán si finalmente el TEPJF les dan el fallo a su favor.

En pocas palabras, desde el 1 de julio, están pasmados y sólo reducidos a una actitud reactiva para ligeramente responder a sus oponentes. Porque desde entonces se han dedicado a acelerar el proceso de legitimación de su triunfo con la prensa acomodaticia y un buen cabildeo internacional, pero la política que debiera operar en México, esa está ausente para responder a las demandas de la sociedad que está más allá de los partidos políticos.

Hoy, hay expresiones sociales nuevamente han salido a las calles, y los grupos radicales esperan el momento para dar golpes sorpresa. Mientras, poderes de facto como el narcotráfico siguen adelante marcando pautas en distintas regiones del país.

La no-respuesta del priísmo peñista, por otra parte, se estaría convirtiendo un factor más para fomentar la decepción del ciudadano que votó por ellos. Si Peña y el PRI no digieren con celeridad este fenómeno, los festejos por “el triunfo” nunca llegarán ni serán exitosos.

Sin embargo, hay que apuntar un elemento preciso y concreto: a pesar de la deficiencia anterior, las propias circunstancias de las izquierdas –con el autodestape de Ebrard— y del PAN, parecen allanarle el camino a Peña sin necesidad de intervención de un priísta operando detrás.

Pero no todo será igual si lograran tomar el poder presidencial. El país ya cambió, la sociedad ya cambió y eso lo deben entender todos los priístas que por ahora ya están repartiéndose el pastel.

Ya no se puede operar como ocurrió en los últimos dos sexenios del PRI salinista y zedillista, en que sus gobiernos tuvieron que recurrir a complicadas estrategias político-sociales para impedir el desbordamiento del país.

El estilo del PRI antes del PAN

Eran los tiempos en que los aparatos de inteligencia se estaban perfeccionando, en los que la cooptación del disidente era una práctica aceptable en el sistema con el fin de mantener la estabilidad y dar salida a los conflictos.

Entre 1988 y 1989, la efervescencia cívica provocada del Frente Democrático Nacional y la defensa del supuesto triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas, pusieron en alerta al sistema. La estabilidad interna del país estuvo realmente en peligro, pues diversos grupos actuaron de manera independiente y tendían a radicalizarse; la imagen en el exterior del nuevo mandatario era sumamente negativa y se especulaba sobre su continuidad, incluso en los mismos Estados Unidos. La elección controvertida produjo una legitimidad acotada del Presidente Salinas.

Las izquierdas deben también entender este proceso, porque aquél escenario podría repetirse en este 2012.

La salida que implantada por el salinismo-zedillismo fue en dos sentidos: a nivel Legislativo y político partidista, una alianza histórica con la derecha panista; a nivel social, la adopción de un modelo autogestivo diseñado y operado por intelectuales de la “izquierda progresista” (grupo aNexos). De este modo, Salinas impulsó las primeras reformas económicas, sentó las bases para una reforma política más moderna y permitió, por primera vez, la alternancia de poderes estatales con los panistas.

A su vez, con sus aliados izquierdistas desplegó la más importante política social conocida en nuestro país: el Programa Nacional de Solidaridad, cuya filosofía sigue vigente hoy en día a través de Oportunidades. La combinación de ambos elementos –más dos o tres golpes espectaculares— revirtió relativamente la crisis de legitimidad y le permitió tener una amplia aceptación social, la cual se confirmó en el aplastante triunfo electoral del PRI en 1991 (el progresista Distrito Federal, por ejemplo, operador por la dupla Manuel Camacho-Marcelo Ebrard neutralizó al PRD en todos los frentes).

Con Ernesto Zedillo también se vivieron momentos de gran incertidumbre, luego de la mayor crisis económica que haya sufrido el país. El llamado “error de diciembre” (1994) tuvo efectos sociales muy negativos a lo largo de 1995: una escalada de violencia con asaltos y secuestros; desempleo, suicidios y crispación social, acompañados de una oleada de rumores de todo tipo [el más alarmista fue, sin duda, el golpe de Estado contra el Presidente]. Aunado a lo anterior, su confrontación con Salinas pareció llevar a la clase política priísta a la mayor de sus divisiones y, con ello, colapsar todo el sistema. Zedillo tuvo que actuar en dos planos para evitar que la crisis social se desbordara: mantener la alianza con el PAN para continuar con las reformas económicas, pero no cerrarse a operar acuerdos con el PRD, como finalmente sucedió.

La “sana distancia” con el PRI y su alianza doble con la oposición –en especial con el PRD— permitió el fortalecimiento de Zedillo como Presidente. A pesar de las resistencias en su partido y en la oposición, se lograron avances en las reformas económicas [desincorporación de puertos, aeropuertos, rescate bancario]; se modificó parte de la política social [el PRONASOL pasó a ser PROGRESA] y en 1996 se realizó la reforma política más importante en la historia de país. La alternancia democrática alcanzó al PRD, pues no sólo ganó las elecciones en Zacatecas, Baja California Sur, Tlaxcala y Distrito Federal, sino que creció como segunda fuerza política nacional. La alternancia presidencial en el 2000 se logró sin mayores complicaciones, gracias al marco institucional sólido y confiable, una economía controlada y a que la democracia no fue selectiva.

El PRI de opositor y los movimientos sociales

En la transición, el régimen foxista buscó un ejercicio propio y diferenciado del poder, pero los conflictos y las lecturas equivocadas obligaron a que su gobierno operara con la estructura del viejo sistema el proceso de toma de decisiones; además, lo hizo de manera tan burda, que dejó entrever que en el país impera la incertidumbre política y legal. Esto es fiel reflejo una debilidad del Estado, de la inexistencia de una democracia representativa y de la ineficacia de un proyecto de transición.

La forma de operación del conflicto en San Salvador Atenco –punto de partida de esta serie de eventos— no fue nueva sorpresiva. Se trató de las viejas fórmulas de presión que lo mismo han servido para el EZLN, el CGH y el EPR. En este tenor, las replicaciones del llamado “síndrome Atenco” revelaron que el gobierno foxista no preparó una respuesta u oferta sólida para las organizaciones sociales radicales, ni un plan acción para abatir las movilizaciones.

El PRI desde los gobiernos estatales, como ahora, estuvieron pasmados.

Los movimientos hoy

Un asunto álgido es que la cultura política de los jóvenes es cada vez más desequilibrante y extremista. Por un lado, la despolitización parece dominar a la mayoría de ellos y la intención de migrar del país por parte de universitarios crece a niveles alarmantes ; por el otro, un segmento no menos importante despliega su resentimiento de manera violenta, como se observa con mayor frecuencia en las manifestaciones anarquistas y altermundistas; pero también, hay luces de esperanza con el movimiento #YoSoy132.

Ante la falta de canales de integración política, este sector de la población es mercado natural para reacciones que, de no atenderse, podrían llegar a situaciones incontrolables en los próximos años. El narcotráfico y su capacidad de reclutamientos es una agenda que nadie quiere ver o la quieren ignorar. Eso es lo que hoy por hoy, no sólo Enrique Peña, sino también, y sobre todo, las izquierdas partidistas deberían atender y no ser tan insensatos para darles YA una oferta clara y concreta.

La poca capacidad para negociar con los grupos sociales y la cancelación al uso legítimo de la fuerza del Estado ante situaciones complicadas, como ocurrió con Vicente Fox y Felipe Calderón no mostraron a gobiernos sensibles y democráticos, como han argumentado desde Los Pinos, sino que han puesto de manifiesto asuntos delicados como que quien tiene el poder Ejecutivo es un interlocutor político poco fiable y predecible.

¿Es que Peña y el PRI piensan repetir los mismos esquemas? ¿Es que carecen de inteligencia para entender que el país es otro al que dejaron a Vicente Fox? ¿Acaso no se dan cuenta que la sociedad inconforme ya los está calando? ¿Qué también el crimen organizado, desatado en esta semana en todo el país, también los está calando a ellos y a los perredistas que asumirán las gubernaturas?

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