jueves, 19 de julio de 2012

De masoquistas e inconformes-- Octavio Rodríguez Araujo

No sé qué pasará con la demanda de invalidez de las elecciones promovida por el Movimiento Progresista. Tampoco sé si las pruebas aportadas por éste serán suficientes. Mucho menos sé, aunque la intuyo, cuál será la posición del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) para determinar si constitucionalmente (artículo 41) la elección presidencial fue válida o no.

Sí sé, en cambio, que hay una fuerte y creciente inconformidad en algunos sectores de la población con los resultados electorales, sean o no más o menos precisos o más o menos objetables.

Aun aceptando, sin conceder, que los resultados electorales dan el triunfo a Peña Nieto y que el TEPJF desestime las pruebas que supuestamente está estudiando sobre las violaciones cometidas por el PRI y sus aliados empresariales en el proceso comicial, la inconformidad social radica en que millones de mexicanos no quieren al de Atlacomulco en Los Pinos. Ellos saben o creen que muchos de los votos que llevaron al priísta al ahora cuestionado triunfo se dieron no sólo por masoquismo de la población, sino porque alguien se aprovechó de su baja conciencia política y de su pobreza para inducirlos (e incluso forzarlos) a votar en un sentido y no en otro.

Algunos publicistas del establishment han dicho que es un insulto llamar masoquistas a quienes votaron por el PRI y en menor medida por el PAN, que es como llamarlos ignorantes (porque no supieron) y corruptos (porque se dejaron comprar), pero no nos han dado explicación alguna por qué los españoles votaron, masoquistamente, por Rajoy para que los perjudique más todavía que Rodríguez Zapatero.

Los indignados de ese país se lanzaron a las plazas públicas para protestar por la situación a la que los habían orillado las políticas de Zapatero, pero no para que les fuera peor con un candidato ganador del reaccionario Partido Popular. Era de esperarse que esto ocurriera, pues si sacaban al dizque socialista era lógico que lo sustituyera un ultraconservador (la alternancia de partidos en el poder ilusiona a muchos). Pero que así sucediera no quiere decir que los indignados lo hubieran querido. Ellos protestaron por lo que pensaban que estaba mal, muy mal, pero no para que estuvieran peor. Los que votaron por Rajoy lo hicieron tal vez (es una hipótesis) porque se asustaron de la escalada opositora de los sin empleo, de los migrantes y de los que no veían ni ven un futuro estable para ellos, sobre todo los jóvenes. En realidad (sigo con mi hipótesis) votaron en contra de éstos más que a favor del Partido Popular, y seguramente ahora se arrepienten, pues las políticas de Rajoy les están tocando también a ellos, a los que todavía tienen empleo y no les va tan mal como a 23 por ciento de la población en paro, como le llaman allá.

No es masoquismo, es miedo. A millones de personas, y no sólo de la clase media, les asustan los cambios y más si le hacen caso a la tendenciosa televisión. Esta vez, como en 2006, escuché a gente muy pobre, albañiles por ejemplo, que pensaban que López Obrador era comunista, que se había reunido con Fidel Castro (no es broma) para diseñar su campaña y sus propuestas, que si llegaba al poder les iba a quitar su viejo televisor que todavía no terminan de pagar y su bicicleta, etcétera. ¿De dónde sacaron esas ideas? De la contrapropaganda panista y priísta, de la televisión y de la radio que, en provincia, es todavía más oscurantista que en la capital, de los patrones para los que trabajan cuando tienen empleo.

Las huestes, así entre comillas, de López Obrador son subversivas, están compuestas de agitadores comunistas, y más; pero en última instancia son pobres, y los pobres, incluso para los pobres que sí tienen empleo (como en España), son peligrosos, son distintos (como dijeron los que son o se creen ricos en la Ibero al referirse a los del #YoSoy132 ampliado), son los que no quieren trabajar, etcétera. No es descabellado, así, que muchos de esos pobres votaran por quien los hará más pobres, como lo hicieron por Salinas, por Zedillo, por Fox y por Calderón, como lo hicieron en Tamaulipas y Nuevo León a pesar de que vivir en esos estados es peor que casi cualquier otro. ¿Cómo explicar que votaran mayoritariamente por el PAN, que es el partido en el poder que más muertes ha provocado en la historia moderna del país? ¿Por tontos, por desesperados, por miedo a los cambios, por masoquistas? No lo sé, aunque quizá porque la presencia de militares en esos estados es la única opción que conocen para no morir en la calle (porque sí, hay gente que prefiere el estado de sitio no declarado, perder incluso sus libertades individuales, que vivir el miedo y la incertidumbre de una vida cotidiana sembrada de amenazas y muerte).

La alternativa planteada por López Obrador era más de lo mismo o cambio verdadero. Muchos, sobre todo si sumamos los votos a PRI, PAN y Panal, prefirieron más de lo mismo, aunque sea porque les dieron una tarjeta de débito o una estufa. El más de lo mismo es contrario al cambio, sea o no verdadero (no lo discuto ahora), y es aceptado por una sencilla razón: es lo que se conoce mejor y no asusta como los cambios y más si esos cambios están avalados por la movilización de millones de pobres.

Dije al principio que no sé qué pasará con las demandas de invalidez constitucional de la elección presidencial, pero sí sé qué habrá de ocurrirle al país si se ratifica a Peña Nieto y el regreso del PRI. Si es el caso, habrá más de lo mismo y millones de inconformes. Éstos seguirán, espero, manifestando su oposición y algo bueno saldrá de ahí: quizá el fortalecimiento de veras de los partidos de izquierda que requieren, sin duda, una transfusión de gente nueva y más fresca. Como también dijera López Obrador, sólo el pueblo puede salvar al pueblo, y esto es lo que esperamos aunque nos impongan al priísta.

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