lunes, 8 de julio de 2013

México
La Campaña Presidencial de 2012


"El Charolazo"
La cena en casa de Luis Creel.

El 24 de mayo fuimos convocados, a las ocho de la noche, a la residencia de Luis Creel. Una casa elegante de Lomas de Chapultepec. Esas reuniones no eran algo nuevo para nosotros. La realidad era que la estructura de campaña, de manera incomprensible, nunca nos había dado ningún dinero para hacer la campaña de aire. Todo lo que habíamos generado, y que tan buenos resultados había tenido, lo habíamos financiado con nuestra propia acción de recaudación, fondos que, después de los procesos legales necesarios, volvían etiquetados a nosotros, para poder financiar nuestras tareas específicas.

La reunión consistió en una presentación previa y una exposición de mi parte, donde explicaba las líneas generales de nuestra estrategia, lo que habíamos hecho, y hacía una evaluación de las necesidades de la campaña hasta el día de la elección. Había, en total, unas catorce o quince personas. Hice mi exposición apoyado en éstas láminas de PowerPoint.


Después de la presentación pasamos a la sala. Se sirvió sopa de espárragos y canelones de espinaca. El anfitrión agradeció la presencia de los invitados y lanzó unas preguntas para armar una discusión. Apenas iniciado el intercambio, quedó en evidencia que ese grupo de empresarios no estaban ahí precisamente con la decisión de aportar a la campaña, como nos habían asegurado Adolfo Hellmund Rogelio Jiménez Pons, los allegados a AMLO que habían concebido y organizado la reunión.
Muchos de ellos estaban abiertamente en contra de López Obrador, algo que podía ser evidente para cualquier mexicano informado, pero no para mí, siendo extranjero, y seguramente tampoco para Luis Mandoki, que había pasado mucho más tiempo de su vida reciente en Hollywood, que en México. La pregunta era por qué un “ministro designado” y un amigo del candidato que aparentemente era muy cercano a él desde hacía más de treinta años, nos habían ocultado esa información vital y habían expuesto la campaña a una posible emboscada.

Después del “mafioso de fundraising” y del “millonario oaxaqueño”, parecía que estos “amigos” tan cercanos a AMLO habían logrado, por fin, exponer en un punto muy sensible a la campaña, en el momento decisivo donde entrábamos a un terreno ganador.

Yo había manifestado repetidamente que veía a mucha gente muy cercana al candidato, entre quienes estaban su encargado de prensa, su encargado de programas y discurso, y muchos otros, como los organizadores de esta cena, desarrollando una lógica de sabotaje a la campaña. Mis amigos más cercanos, apostando a la buena fe, optaban siempre por la teoría de los “errores”, por la idea de las “equivocaciones” sin mala intención. Yo repetía siempre la frase que ponía Mario Vargas Llosa en boca de Trujillo en “La Fiesta del Chivo”: “Esto sólo puede ser obra de un traidor o de un inepto, prefiero pensar que es un traidor, los ineptos son mucho más dañinos”.

El problema era que, evidentemente, ni Mandoki ni yo teníamos el poder para desplazar o neutralizar a nadie en la campaña. Lo que no hacía el candidato difícilmente podríamos hacerlo nosotros y, justamente éstos, a mi manera de ver, saboteadores, eran los más sumisos, subalternos y aduladores del candidato.

Yo le decía a Luis Mandoki que si bien me consideraba, para decirlo de una manera risueña, un "paranoico profesional", desconfiaba enormemente cuando los “errores” y las “equivocaciones” parecían seguir una estrategia perfecta y lúcida contra la campaña de AMLO. Decía que, a mi manera de ver, los errores eran comunes en una campaña, pero el hecho de que todos los errores siguieran una misma estrategia, no lo eran en absoluto. "Sólo los paranoicos sobreviven", en situaciones como ésta, les dije repetidamente.



Andrés Manuel López Obrador alcanza, a fines de mayo, en intención de voto a Enrique Peña Nieto.
 
A mediados de mayo, le anticipé a López Obrador que superaría claramente a Enrique Peña Nieto en intención de voto alrededor del 10 de junio. Ese pronóstico me lo tomaron en serio, él y otros miembros del equipo de campaña, porque había anticipado antes, exactamente, la fecha en la que AMLO superaría en intención de voto a Josefina Vázquez Mota. Agregué además que tendríamos la posibilidad de ganar por un margen importante de votos, porque las últimas dos o tres semanas eran las más estratégicas de la campaña y el momento en el cual podíamos sumar más votantes por unidad de tiempo.

A medida que se acercaba la fecha de la elección, el ritmo de crecimiento de la intención de voto de López Obrador se aceleraba fuertemente. Nuestras mediciones así lo decían. La última medición de mayo nos daba en empate técnico por un punto por debajo. Una medición del PRI que nos había sido filtrada, le daba a AMLO dos puntos por encima de EPN. Este punto de quiebre se sentía en el peligroso clima de histeria que se había generado en la campaña de Peña Nieto y en los medios de difusión adscriptos a su candidatura, que eran casi la totalidad o, por lo menos, los más poderosos de México.

La inminencia de la derrota de Peña Nieto llevó a las televisoras a procedimientos ilegales para favorecer a “su” candidato. Los spots de televisión de AMLO comenzaron a pasarse fuera del horario central de 20 a 22 horas y eran desplazados para la mañana y para la tarde, mientras que los spots de Enrique Peña Nieto se concentraban en el horario “Premium” de la noche. La blanda vigilancia del IFE sólo “contaba” globalmente las piezas, sin discriminar cualitativamente el impacto del horario, ni los precios relativos de cada spot que, obviamente, tenían un costo inmensamente mayor en un horario que en otro.

En este monitoreo hecho por la empresa Berumen, se muestra, marcado en amarillo, las franjas horarias donde hay faltantes de spots de AMLO, los cuales, invariablemente, se ubican en el horario Premium de la noche. Me parece importante decir que hice personalmente esta denuncia, en una entrevista que me efectuaron, al equipo de observación del Centro Carter.

El día 31 de mayo, mi amigo Luis Mandoki me despierta en el teléfono por la mañana. "En el Reforma publicaron su encuesta y le dan a Andrés sólo cuatro puntos por debajo de Peña Nieto. Nos van a matar!"
Así fue. Nos mataron. A Luis Mandoki y a mí. A la campaña. Al triunfo de Andrés Manuel López Obrador. No solamente por la acción de los adversarios, sino, esencialmente, por la acción de los aliados y de muchos militantes muy cercanos a AMLO.
En la encuesta del Periódico Reforma, observaban un crecimiento de 7 puntos entre esa encuesta y la anterior. Estábamos en un momento en el que íbamos a pasar de largo a nuestro adversario. Teníamos el triunfo al alcance de la mano. También se mostraban las otras encuestas, que militaban de lado de Peña, que señalaban una diferencia de casi veinte puntos. La verdad se iba a revelar en unas pocas semanas. Pero cuando ya era demasiado tarde.

 
El “Charolazo” y el fin de mi presencia en la campaña.
El 29 de mayo estaba en la productora, temprano en la tarde, junto a Luis Mandoki. Nos llamó César Yáñez, el encargado de prensa de AMLO. Preguntó si queríamos aclarar o desmentir algo de la cena en la casa de Luis Creel. Le dijimos que no, porque no creíamos que hubiera habido nada equivocado. Nos previno que Luis Mandoki había sido grabado en la cena. El comentario indicaba que era contra él, que era una persona muy conocida, como famoso director de cine de Hollywood, contra quien parecía haber una operación de prensa.

Le comenté a Luis Mandoki que, contrariamente a lo que se había afirmado, pensaba que la operación de prensa se haría contra mí. Por mi condición de extranjero y porque seis años atrás había sido objeto de operaciones de prensa, persecución de parte del PRI y amenazas de muerte del narco en la campaña de Gobernador del Estado de Tabasco.

En la mañana siguiente, el 30 de mayo, se confirmarían mis temores. El Periódico “El Universal” publicó, en un gran despliegue informativo, un fragmento de mi presentación, donde decía que necesitábamos seis millones de dólares para ganar la elección.

Tener una grabación clandestina, en los países donde no se considera delito usarla, tiene la enorme ventaja de poder editarla, suprimir palabras claves, alterar el orden cronológico de las frases, vinculando un concepto artificialmente con otro. En México, cuya sociedad vive en uno de los contextos sociales de mayor corrupción en el mundo, toda grabación clandestina criminaliza inmediatamente y sin matices, a la persona que ha sido grabada. De nada vale decir que la grabación ha sido editada, que hay partes que faltan, que hay secuencias cronológicas alteradas. Nosotros no habíamos grabado la cena y, por lo tanto, no podíamos oponer la grabación real a la editada. Por otra parte, en esos casos, la verdad política y el peso de los medios se imponen de una manera aplastante a la verdad histórica.

Entre las partes faltantes, que nunca obviamente aparecerían, estaban las advertencias iniciales. Que el candidato López Obrador no admitiría jamás, en ningún caso, ningún compromiso, de ningún género, o contraprestación política o de influencias a quienes aportaran eventualmente recursos a la campaña. Que nuestra presentación era un diagnóstico que compartíamos con ellos sobre lo que habíamos hecho, lo que pensábamos hacer, y las necesidades que tenía la campaña para completar los contenidos y alcanzar los objetivos fijados.

Cuando mencioné que las necesidades específicas de la campaña hasta el final eran seis millones de dólares, aclaré que la mitad, es decir tres millones, iban a estar dedicados a la contratación de 2000 espectaculares de vía pública en todo el país que, con un costo unitario de 1.500 dólares, daba esa cifra total. Aclaré también que, en el caso de los espectaculares, servían igualmente las donaciones de espacios o de tiempo de un mes, de espectaculares que se utilizaran para otros productos en contratos de más larga duración. Todos estos pasajes, evidentemente, habían sido suprimidos.

En la tarde del día 30, nos encontramos en la casa de Luis Mandoki, con otras personas del equipo de campaña, entre las cuales estaba Claudia Sheinbaum, quien se presentaría a la mañana siguiente en el programa de Carmen Aristegui para hablar de este tema. Entre directivas que enviaba César Yáñez a distancia, las que presuntamente eran órdenes de López Obrador, y la interpretación de Claudia Scheinbaum, hicimos Luis Mandoki y yo, un comunicado cada uno. Claudia era optimista, y decía que no era nada demasiado grave. Los comunicados, a mi manera de ver, decían muy poco, y dejaban más dudas que certezas, pero, precisamente ese día, no estaba en condiciones, ni tenía ganas, de discutir esas decisiones.

El 31 de mayo me despertó Luis Mandoki con la gran noticia, a la vez muy inquietante, de que el periódico Reforma había publicado que estábamos a cuatro puntos de Peña Nieto y que por eso nos iban a matar, esperando siempre que fuera en sentido figurado. Cuando recibí esa noticia supe que ganábamos y, más que eso, que íbamos a ganar por un margen importante. La noticia del “Charolazo” me parecía ya algo banal. En algún sentido, la encuesta explicaba la operación de prensa. Un manotón de ahogado de quien se sabe ya perdido.

A media mañana me llamó nuevamente Luis Mandoki, y me pidió que fuera de urgencia a su casa. Extremadamente paranoico, me pidió que no fuera en mi vehículo, sino en un taxi, y que no me bajara frente a su casa. Fui con María Bocchi, de mi equipo de la consultora. Nosotros íbamos eufóricos, porque el triunfo ya era un hecho. Cuando llegamos, las caras de muertos de Luis Mandoki y de su mujer, Olivia, nos golpearon. López Obrador me había desplazado de la campaña y le había ordenado a Luis Mandoki que no tuviera ningún tipo de contacto, ni directo, ni indirecto, ni por ningún medio electrónico, conmigo.

No podía entender la razón de ese balde de agua helada. López Obrador había dicho: “No voy a cambiar ni de equipo ni de estrategia. Ya quisieran eso mis adversarios”. Perfectamente dicho. Pero parecía que su decisión la había tomado otra persona. O que creía que podía ganar solo. O que prefería demostrar su inocencia, antes que ganar la Presidencia. María le dijo a Olivia: "entonces el Peje decidió perder!?"

Nos despedimos. Luis Mandoki tenía lágrimas en los ojos. Nos dimos un abrazo. Nos fuimos caminando con María y nos quedamos sentados largo rato en un banco en el Zócalo de Coyoacán. Estábamos muy tristes. Era la primera vez que veíamos un candidato que se encaminaba al triunfo pero que, poco antes, se suicidaba. También en sentido figurado. En lo personal. Aunque no en lo político.

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