jueves, 20 de julio de 2017

El auto debe desaparecer o éste como un dios

@fernandeznoronamié 19 jul 2017 19:41
 
  
 
Ningún vehículo en que nos desplacemos debe seguir utilizando combustible derivado del petróleo.
Ningún vehículo en que nos desplacemos debe seguir utilizando combustible derivado del petróleo.


Cuando escuché por primera vez la expresión de que el auto debería desaparecer, en boca de algunos ambientalistas, me pareció una exageración. Hoy, estoy absolutamente convencido de que así debe ser. Pero vayamos por partes antes de llegar a esta conclusión.
Ya lo he dicho, crecí con mi abuela materna María de la Luz. Todos los viernes, la acompañaba como cargador oficial, al mercado sobre ruedas. Ella compraba la fruta, verdura, algún tipo de carne, queso, crema, entre las muchas cosas que usaría durante la semana. La pura compra de las naranjas que serían usadas a lo largo de la semana, ya ocupaba buena parte del carrito del mandado. 
Cada viernes, invariablemente, escogíamos la ruta rumbo al mercado sobre ruedas que nos hacía pasar frente a la clínica 64 del IMSS. Yo tendría unos 16 años, estamos hablando de 1976, y en aquel tiempo, todavía los médicos del seguro social ganaban bien. Con su aguinaldo de tres meses de salario, podían comprar un Volkswagen nuevo. 
Había frente al IMSS, en la calle donde se estacionaba los autos del personal de la citada clínica, un Ford LTD amarillo dos puertas. Era "el auto". Un lanchón, ocho cilindros, nuevecito, que tenía dos ventanas laterales, una en cada puerta, otra ventanita fija en la parte de atrás y entre éstas, una pequeña ventana fija, rectangular. Esta última ventana, tenía adherido un adorno que hacía parecer como si el cristal tuviese un trabajo de emplomado multicolor. Hoy puede que un auto así nos parecería chabacano, pero en ese momento, nos parecía el colmo de la elegancia. Nos acercábamos a admirar el auto, desde fuera, maravillados y soñando despiertos, le decía a mi abuela que algún día tendríamos uno de ellos. Ella, entre esperanzada y entristecida, me decía: quizás tú, yo ya no lo veré. Ciertamente, ya no lo vio. Nunca tuve ese auto que era el símbolo del éxito material. Pero tengo muchas otras cosas más valiosas que ese éxito material y vaya que me habría encantado que mi abuela fuese testigo de ello. 
Para terminarla la anécdota del auto como un dios, al final de las compras, mi abuela invariablemente me compraba un pequeño auto inglés, marca "Matchbox". Eran unos pequeños autos metálicos, en miniatura, bellamente realizados. Llegué a tener una colección de decenas de ellos gracias a la generosidad de mi abuela.
Después, cuando tuve un primer empleo bien remunerado, me inscribí en un autofinanciamiento para acceder al que era el auto del momento: una VW Caribe. Perdí mi empleo al año, justo en el IMSS, por tratar de organizar a trabajadores eventuales de los que formado parte y con ello, perdí la posibilidad de seguir abonando al autofinanciamiento y con ello el dinero de tres mensualidades de lo que había pagado a la empresa, que organizaba esta forma de compra de vehículos.
Finalmente, después de recorrer diversos trabajos, logré comprarme, terco como soy, en vez de un practico Volkswagen, un hermoso Fiat 1959 que me hacía ver mi suerte. El auto llamaba la atención donde se detuviera, pero era, la molestia menor, que era un auto de fricción. Había que empujarlo invariablemente para que arrancara. La marcha se descomponía un día sí y otro también. Más de una ex novia goza de buena pierna, gracias a su tarea permanente de empujar el auto para que arrancara.
Les cuento todo esto, no sólo como anecdotario, sino para decirles que entiendo perfectamente la aspiración de cualquier hijo o hija del pueblo, de tener su auto propio. Del enorme esfuerzo que se hace para lograr, finalmente, acceder a uno y librarse del insufrible servicio de transporte público. Pero como dueño de un auto, veo también la transformación que sufre uno al ponerse al volante. De entrada, el solo hecho de tener un auto se convierte en símbolo de un mayor estatus, hace que más de uno se sienta superior a otros mortales que carecen de un vehículo propio. Hay quien llega al extremo de tenerle más estima a su auto, que a su propia familia. Hay personas para las que el bien más valioso que tienen, su vida incluida, es el auto. Estoy seguro que se podría construir una religión en torno a él y sería absolutamente mayoritaria, en México y en el mundo.
En cuanto al manejo, quienes nos ponemos al volante, el conductor, se olvida que todos somos peatones también y les echamos el auto encima, a cuanto transeúnte nos encontramos en el camino, como si el tener un auto nos hiciera superiores y la vida del peatón nada valiera. Luchamos al conducir, como si en ello nos fuera la vida, para que nadie nos adelante ni se nos meta y, tratamos de conducir de la manera más agresiva posible, sin el menor gesto de gentileza. Mientras más caro el auto, mayor es la prepotencia y arrogancia de quien lo conduce, salvo honrosas excepciones. Casi nadie escapa a la maldición de ser terriblemente hostil con peatones, ciclistas y motociclistas y, por supuesto, con otros automovilistas y conductores de vehículos. Dentro de esta peligrosa fauna, los conductores de microbuses se cuecen aparte y se lleva las palmas. Sin entrar al detalle de lo imprudentes que peatones, ciclistas y motociclistas pueden ser, la realidad es que es suicida ser peatón, ciclista o motociclista en nuestras ciudades. Es también sumamente desagradable la batalla de conducir un auto en nuestras ciudades y en nuestras carreteras. Ello sin contar con el mal estado de las mismas, con los tráilers de doble remolque que causan el 69% de los accidentes y ahora, los socavones asesinos. Es increíble que los accidentes, los heridos y muertos generados por los accidentes en o provocados por vehículos automotores no sean mayores al existente.
Por si esto no fuera suficiente, los millones de vehículos, casi una docena de millones de vehículos en la zona conurbada del Distrito Federal, lanzan millones de toneladas de veneno al aire. 
Ningún vehículo en que nos desplacemos debe seguir utilizando combustible derivado del petróleo. El bióxido de carbono resultante de la combustión del petróleo, está haciendo imposible la vida en las ciudades de México y del mundo. La urgencia de cambiar a otro tipo de combustible es evidente y los intereses económicos de la industria petrolera y de la industria automotriz trasnacionales, bloquean este paso obligado. Sumado a lo anterior, las horas y horas que lleva un desplazamiento debido al enorme número de vehículos, hace evidente que el auto y las vías para su traslado, nunca serán suficientes y que, en realidad, se debe de pensar en formas de transporte colectivo, rápido, eficiente, no contaminante y barato. Ello nos lleva a la conclusión con la cual inicie esta reflexión, el auto debe desaparecer, es un enemigo absoluto de la humanidad y de la vida de las especies en este planeta, aunque parezca que nos llena de confort, de estatus, de comodidad y hasta de lujo. 
Sé el rechazo que esta reflexión recibirá. Si el proponerles que dejaran de consumir Coca-Cola casi los vuelve locos, el plantearles que debemos superar la cultura del automóvil desquiciará a más de uno seguramente. Dirán algunos que un político que aspira a ser presidente y que pretende desaparecer los autos, no debe llegar nunca al máximo cargo de representación política de nuestra patria. Y sin embargo, no tengo la menor duda, de que el auto debe desaparecer y que haré todo lo que estén mis manos para que en algún momento esta meta se haga realidad. Es evidente que de alcanzarse este estadio, habrá transporte público, económico, eficiente y no contaminante, además de formas de desplazamiento que sean amigables con el ser humano, amigables con la naturaleza y amigables con la vida. Estos son los retos que deberíamos plantearnos, sólo por citar algún ejemplo puntual.

"El pueblo tiene derecho a vivir y a ser feliz".

Gerardo Fernández Noroña.

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