martes, 13 de febrero de 2018

¿Y qué hacen los hijos de AMLO? Un día con José Ramón

¿Y qué hacen los hijos de AMLO? Un día con José Ramón
Por: Jorge Gómez Naredo (@jgnaredo)
Llegamos a la Ciudad de México muy tempranito. Un vuelo baratito, de esos que salen más económicos que las siete horas y medias del camión. Nos despertamos en un horario en que mucha gente suele apenas ir a dormir. A las siete y cachito ya estábamos en el aeropuerto de la mega urbe capital del país. No llevábamos nada porque llevar algo cuesta más en el transporte aéreo.
Salimos a la calle y le dije a César Huerta que pidiera un “uber”. Habíamos establecido un acuerdo: yo pagaba los “vuelos” y él los “ubers”.
Con su cara de dormir dos o tres horas, César sacó su celular
-Dónde nos quedamos de ver.
-En Oasis Coyoacán, una plaza, o centro comercial, o algo así.
Teníamos una reunión con José Ramón López Beltrán. Queríamos saber qué hacía el hijo de Andrés Manuel López Obrador, al que suelen atacar, del que suelen decir que tiene autos híper lujosos y que se da vida de rey; de quien, los “reporteros” veracruzanos pagados por Miguel Ángel Yunes le cuestionan a Andrés Manuel, “¿de qué vive tu hijo que no hace nada? ¿de qué vive tu hijo que no hace nada?”.

I

Hacía frío. Yo me había llevado solamente una sudadera y una bufanda que además se podría usar como gorro. Esas ropas no me iban a servir de mucho para evitar una gripe fortísima que estaba ya anunciándose.
Oasis Coyoacán es una plaza que está a unos metros de la zona de librerías de Coyoacán. Los recuerdos de cuando vivía en la ciudad de México se me vinieron de golpe al pasar por zonas que conocía un poco.
Cuánto tiempo…
Nos bajamos del auto que nos llevó a Oasis Coyoacán y nos sentamos en un café de ahí de la plaza.
-¿A qué horas te dijo que nos veríamos?
-A las nueve.
Era temprano. César encendió su computadora. Yo saqué un libro. De repente, sonó una alerta de mi teléfono. Era una notificación de Facebook, la cual amablemente me indicaba que César Huerta cumplía años ese sábado.
Me había olvidado. Siempre me olvido de las fechas. De los cumpleaños. De los aniversarios, de los días en que la Constitución cumple años…
Pero no podía ser tan obvio. Dejé el celular de nuevo y me puse a leer la novela de Raymond Chandler que tenía mes y medio sin tomar. Diez minutos después, me levanté, y como quien tiene claro que ese día era un día especial, felicité a César. Él apenas sonrió. Ingrato.

II

A las nueve, José Ramón le escribió a César: andaba retrasado, pero pronto estaría ahí. Yo continué leyendo. César se mantuvo en su computadora, analizando la estadística de Polemón, de las visitas, de las estrategias para llegar a más público y hacer de nuestro portal un emporio noticioso.
Oasis Coyoacán tiene una entrada de autos y ahí llegan vehículos súper lujosos. Enormes, muy nuevos. Vi a personas que arribaban como importantes. Vestidos muy a la moda, con ropas que seguramente yo y millones de mexicanos jamás compraremos. Gente echando clase alta por todos lados.
César recibió un mensaje de José Ramón, donde nos decía que estaba ya ahí afuera de la plaza. Salimos del café y miramos por todos lados. Buscaba un Corvette o un Ferrari o mínimo un Mercedes Benz o un Audi o ya de perdida un BMW o un Volvo… ¿Dónde chingados está el Lamborghini negro que las páginas web y los medios financiados por el PRI y el PAN dicen que tiene el hijo de Andrés Manuel? Tampoco atisbé una súper camioneta blindada.
¿Dónde estará el hijo de López Obrador que no trabaja y vive como rey?
Entonces fue que se estacionó una pequeña camionetita. Salió un muchacho más o menos de mi edad (es decir, no tan muchacho) y nos dijo: “eh, por acá, por acá”. Nos acercamos.
José Ramón conducía la camionetita y su copiloto era Rogelio.
José Ramón López Beltrán, en una reunión con militancia de Morena en el Estado de México. Foto: César Huerta.

III

Rogelio sostiene el celular y busca en una aplicación la mejor forma de llegar a donde vamos.
-¿Por dónde tomamos? –le pregunta José Ramón–.
-Por acá…, ¿o por allá? No, mejor agarra ésta, no, no, espera, mejor la siguiente. Aunque esta cosa nos dice que…
César y yo escuchamos.
-Entonces qué chicos, ¿cómo está Polemón?
-Pues sobrevivimos…
Yo intento dar un discurso sentido.
-Desde que Jaime se murió… nada es igual. Digamos que él era la esencia. La razón de ser del portal. Pero bueno, ahí la llevamos con la depresión por la partida de Jaime y con la depresión por este país que se va cada día más a la mierda…
Ante nuestros piensos, José Ramón sonríe como con una risa que no sé interpretar. Es la segunda vez que lo veo en mi vida.
Nos paramos en una gasolinera. La señorita que atiende la bomba se acerca: ¿Cuánto? / Quinientos pesos por favor / solamente gasolina, ¿algún aditivo? / sólo gasolina / bien // ya está / perfecto, muchas gracias / ¿algo más? / no, nada / adiós, que le vaya bien / hasta luego, bonito día.
Al encender la camionetita, José Ramón mira cómo la aguja del tanque de gasolina no sube mucho, no sube lo que hace unas semanas, hace unos meses, hace unos años, subían las agujas de los tanques de gasolina de los autos en México cuando ponías quinientos pesos. Nos voltea a ver y dice, con cara de enojo: “pinche gasolina, está carísima”.

IV

Reunión de militancia de Morena en el Estado de México. Foto: Especial.
“Chicos, ¿quieren algo de tomar?”, nos pregunta José Ramón mientras estaciona el auto en un Seven Eleven.
Yo que ya llevo dos cafés enormes en unas cuantas horas de la mañana le digo que no. César hace lo mismo.
José Ramón se baja y va a la tienda que tiene nombre en inglés. Regresa con café para todos.
Bueno, bueno, uno no puede negarse: cuando se duerme poco el café puede tomarse con exceso.
Salir de la Ciudad de México rumbo al norte (al Estado de México) es algo bien interesante. Nos despedimos de la capital por esa zona que está llena de edificios enormes, de esos que valen fortunas. Esa zona donde están las oficinas de tecnología estadounidenses. Las calles están bien pintadas. Miro los departamentos de esas enormes moles de concreto: ¿cuánto valdrá uno? ¿Cuánto costará alquilar por un mes un penthouse por acá? ¿Será que en este edificio, o en el de allá, Alejandra Barrales tiene sus propiedades?
Nos paramos: una caseta. Nos volvemos a parar: otra caseta. Vienen después más casetas. ¿Cuánto cuesta salir en auto de la Ciudad de México rumbo al Estado de México?
Nunca había visto en mi vida tantas oficinitas donde te cobran por circular en tan poco espacio.
Las casetas tienen cámaras fotográficas: me dice Rogelio que esas maquinitas sacan imágenes que van a una cuenta y te cobran si tienes un servicio de prepago. ¿Cuánto dinero obtendrán los particulares que tienen la concesión de estas carreteras? ¿Cuánto estarán ganando? ¿Recuperaron ya la “inversión” que hicieron?
Me cuestiono: ¿cuánto sale ir al Estado de México? ¿Cuánto les sale a las personas que pasan todos los días por esta zona? ¿Cuánto sale a los trabajadores que laboran en esas zonas, y que precisan un vehículo para moverse? ¿Cuánto gastan? ¿Cuánto aumenta el precio del transporte público por estas casetas?
Le pregunto a José Ramón:
-¿Y cuántas casetas son de aquí adonde vamos?
-Un chingo, y todas caras.
Caseta en el Estado de México. Foto: Especial

V

“Entonces, ¿qué hacen ustedes?”, pregunta César.
La camioneta acelera en una recta donde, a los lados, hay un lago que hace tiempo dejó de ser lago porque ciertos gobernantes del PRI decidieron que ahí debía llegar la civilización y comenzar la construcción de fraccionamientos de lujo.
José Ramón le dice a César: “apoyo en la coordinación territorial de Morena en el Estado de México”. Y nos describe a grandes rasgos sus funciones: se encarga de que haya organización, de llevar los puntos básicos que postula Morena a la gente, y especialmente, busca que las personas se unan para defender el voto en las próximas elecciones.
Sabe, porque lo vivió en los pasados comicios, que el Estado de México es el bastión del PRI. Ahí los del tricolor tienen gente y la organizan para comprar votos. A cambio de despensas: votos. A cambio de láminas y de pintura para remozar las casas que se están cayendo: votos. A cambio de unas tortas, o de promesas, o de tarjetas, o de unos cuantos pesos: votos. A cambio de “continuar” en los programas sociales que dan unos billetes al mes: votos.
El PRI compra votos. Lo hace en todas las entidades del país, pero en el Estado de México es donde mejor le sale y donde tiene una estructura más, digamos, aceitada. Por eso la tarea de José Ramón es complicada: significa defender los votos que obtenga Morena en el Estado de México. No lo hace solo. Hay gente en las distintas zonas del Estado de México que lo apoyan, que van distrito por distrito para organizar a la gente, para unirla.
A veces hay problemas, porque algunas personas quieren organizarse para obtener un cargo público. Y eso no está mal ni está bien: son aspiraciones y se respetan. El problema es cuando varias personas buscan los mismos cargos y dejan de lado la labor de organización para cambiar el país.
José Ramón trata de no inmiscuirse en esos asuntos: la gente decide cuál quiere que sea su futuro político. Él solamente busca que, vayan a donde vayan y quieran lo que quieran, se organicen bien para que México por fin cambie.
César y yo escuchamos.
Es una lástima que, en este país, que se supone tiene una “democracia” (eso nos lo repiten los intelectuales que siempre, en la prensa o en el radio o en la tele, defienden al régimen), se deba pelear para que se respete el voto, que la gente se tenga que organizar para que no haya compra de votos ni para que alguien intimide el día de las elecciones, y también para evitar que el PRI o el PAN hagan fraude.
¿Qué tipo y qué calidad de democracia tenemos cuando la verdadera defensa del voto es una labor que debe hacer la gente y que no realizan las instituciones?
Andrés Manuel López Obrador con sus cuatro hijos. Foto: Especial

VI

Tardamos alrededor de dos horas en llegar adonde vamos. Rogelio se equivoca en una dirección, y en lugar de dar vuelta a la derecha damos a la izquierda y ahí perdemos minutos porque el retorno está varios kilómetros después. Nos dirigimos a Zumpahuacán.
Llegamos y la reunión es en una pequeña casa que tiene un patio de tierra. Hay sillas. Alrededor de treinta o cuarenta personas nos están esperando. Algunas se han ido porque hemos llegado unos veinte o treinta minutos tarde.
Rogelio saca de la camionetita una bocina, un micrófono y un proyector. Los pone cerca de la entrada de la casa y los conecta. Entonces, José Ramón hace lo que suele hacer a cada lugar adonde va: primero, hablan los que están ahí, los que coordinan algo, los que aspiran a cargos públicos, los que van ahí porque quieren decir algo. A todos los que quieran hablar se les pasa el micrófono.
Antes de que llegáramos, hubo gente que repartió un folleto de Andrés Manuel López Obrador, el cual lleva por título “Este soy yo”. Está basado en el video que realizó Epigmenio Ibarra.
Un niño de unos tres o cuatro años se apodera de uno de los folletos. Lo mira, lo toca, juega con él. Una señora, su mamá, trata de quitárselo, pero el niño no lo quiere dejar. Mientras representantes de organizaciones sociales hablan, el niñito sigue con su folleto, y cuando la mamá se decide a quitárselo, lo hace con una estrategia que parece no tener falla: le da una pequeña pelota. Pero el niño no quiere la pelota: quiere su folleto.
Por su actitud tan férrea para defender su folleto, yo pienso que ese niño forma parte de la nueva generación de seguidores de Andrés Manuel.
Yo estoy parado, y voy recorriendo el lugar. Miro los rostros de la gente. Miro que acá la vida es bien complicada: acá habita la pobreza.
Una señora se levanta. Pide el micrófono. José Ramón se acerca a ella y se lo da.
La señora, de cómo cuarenta años, primero se disculpa: “yo no hablo bonito”… Después dice que ella siente discriminación por ser mujer: que cuando va a algún asunto a una oficina pública, se le mira como menos. Que el trato entre hombres y mujeres no es equitativo. Pide que eso no suceda en Morena: pide que en Morena se haga algo para que ya eso no pase, para que no vuelva a suceder.
Los que ahí están presentes aplaude. Yo, que escuché bien todas las palabras de la señora, también aplaudo.
Después, habla un señor, menciona que él está consciente que será complicado defender el voto en las próximas elecciones, pero que lo harán y ganará AMLO. Pero pide que cuando gane él, “nos miren a los pobres, porque pasa y pasa la gente en el gobierno, y nadie nos mira, nadie”.
José Ramón toma el micrófono y responde: no más discriminación contra las mujeres, no más autoridades que no se fijan en la gente. No más de lo mismo.
Después, Rogelio proyecta un video de Andrés Manuel López Obrador, que es un mensaje que circula en redes sociales y donde el tabasqueño pide a la gente que esté alerta, que todo va bien, pero que se necesita defender el voto para ganar las elecciones y cambiar de una buena vez por todas al país.
Cuando el video se termina, José Ramón toma el micrófono y le pide a la gente que se organice. Después, les pide a los presentes que se quiten las cachuchas y los sombreros, y todos juntos, cantan el himno nacional. El acto termina, y la gente se acerca con José Ramón para preguntarle cosas, para contarle cosas, para decirle que tal o cual asunto es importante.
José Ramón López Beltrán, en una reunión con militancia de Morena en el Estado de México. Foto: César Huerta.

VII

Estamos en la carretera. José Ramón maneja. Pasamos por una pequeña población. Hay tiendas, hay lugares donde venden pan, cosas de motores y mecánica, etcétera. También hay una florería. José Ramón se detiene. Nos bajamos. Él compra unas flores blancas, o naranjas, o blancas-naranjas a gente de la zona que siembra flores y cosecha flores y vende las flores.
“Las voy a poner en la sala de la casa. ¿Van a comprar algo chicos?”
No, no, ¿y cómo las pasamos en el avión? No, no. Rogelio dice que esta vez no llevará flores.
Nos subimos al auto. Yo, en plan de broma, le digo a César que hubiera sido bueno comprar unas flores por su cumpleaños. José Ramón nos escucha.
-¿Cómo? ¿Es su cumpleaños?
 César responde que sí, como quien responde a cualquier cosa sin importancia. Pero José Ramón, a partir de ahí, hará a cada minuto como una celebración del onomástico de César.
-Me hubieran dicho, nos repite una y otra vez.
José Ramón López Beltrán. Foto: Especial

VIII

Llegamos a Tenango del Valle  y ya está cayendo el frío encima. La chamarra que llevo no me ayuda a cubrirme mucho.
José Ramón se estaciona a una cuadra y media del lugar a donde vamos. Es un local que parece una mezcla de bar, salón de eventos, salón de baile y punto de reunión para personas de la tercera edad, además de restaurante “familiar”. Hay alrededor de setenta sillas y más o menos ciento treinta personas.
Aquí se repite lo mismo que hace unas horas: hablan los que coordinan algo, los que aspiran a cargos de elección popular y los que quieran decir algo. La reunión dura como dos horas, más o menos.
Al concluir el evento, José Ramón le comenta a todo el que ve que César Huerta es periodista, que labora en Polemón y que hoy es su cumpleaños. César, pienso, recibe más felicitaciones que cualquier otro cumpleaños. La gente lo abraza y le desea feliz cumpleaños. Yo me rio un poco.
Acto de Morena en Tenancingo. Foto: César Huerta.

IX

De vuelta en la camioneta. El frío es ya enorme. José Ramón nos cuenta que lo que hizo ese sábado, lo hace la mayoría de los días de la semana: va a los pueblos del Estado de México y organiza a la gente. A veces visita dos, a veces tres o hasta cuatro poblaciones. Depende de las distancias, de los trayectos. La intención, nos dice, es montar una estructura para defender el voto, y también para conocer cuáles son los problemas de la población. Para escuchar. Siempre escuchar. Siempre.
José Ramón es hijo de Andrés Manuel López Obrador, y como él, ya no quiere más injusticias, más gente que tiene nada y que mendiga. Ya no quiere más pobreza. Me dice que hace falta mucha educación, mucha seguridad, mucho todo. Hay corrupción por todos lados y se precisa eliminarla para que el país avance.
De repente, voltea a ver a César: “feliz cumpleaños”, le dice por décimo tercera o cuarta vez. Lo hace entre risas, pero muy sinceramente.
José Ramón no aspira a ningún cargo público. No por ser hijo de Andrés Manuel es eso que se llama “junior”. Él tiene ganas, como miles de personas, de cambiar a este país. Y hace lo que está en sus manos para lograrlo. Ahora está en el Estado de México, organizando, organizando, organizando.
JosŽé Ram—ón López Beltran acompa–ñando a su padre en una marcha en 2007. Foto: Jeft Arguello/Cuartoscuro

X

Ya el sol se quedó apagado y hay oscuridad. Estamos dentro de la camioneta, con rumbo a la Ciudad de México. José Ramón hace una evaluación del día con Rogelio: “mira, acá falta esto, y allá se necesita esto. Hay que prestar atención en esto…”
Todos los días José Ramón piensa en organizar a la gente para que este país cambie. Se levanta pensando eso y se acuesta reflexionando sobre eso. Tiene un método, un método que es muy parecido al que usó y usa Andrés Manuel: ir población por población, hablar con la gente, escucharla, conocer lo que hace falta, lo que sufre la gente, lo que quiere la gente, a lo que aspira la gente.
Y va con una camioneta pequeña, una bocina, un micrófono y un proyector. Solamente con eso. No más. Y repite lo mismo en un pueblo, y lo mismo en otro pueblo, y lo mismo en otro y en otro pueblo. Es recorrer al país, es ir a poblaciones donde jamás un político o un funcionario público se ha parado. Es ir y saludar a la gente, y comer con ella, y tomarse un refresco con ella, y escucharla. Escucharla. Escucharla. Es sensibilizarse ante las problemáticas cotidianas de la población. Y organizar a la gente, porque la organización de la gente es lo que puede salvar a este país. Es la única esperanza que queda. Y él, está ahí, apoyando, como un más.
Andrés Manuel López Obrador con tres de sus hijos. Foto: Especial

XI

Ya llevamos como ocho horas de “gira” en el Estado de México. José Ramón nos pregunta: ¿Y ustedes qué estudiaron? ¿Cómo se metieron al periodismo? Le contamos nuestra historia. Y cuando concluimos, le preguntamos, ¿y tú qué estudiaste?
Con una enorme sonrisa nos dice: “yo soy un rechazado de la UNAM, estuve a punto de entrar a derecho, pero me faltaron unos puntos. Y después vino la huelga y ya no hice trámites en una segunda ocasión porque estaba cerrada”.
Nos cuenta que, ante esto, estudió en la Universidad de las Américas, pero no la que está en Puebla, sino “la de la calle Puebla del Dé Efe”.
Sí, el hijo de Andrés Manuel López Obrador, estudió en una humilde escuela privada de la Ciudad de México. No en el Tecnológico de Monterrey ni en la Ibero ni en ITAM, sino en la Universidad de las Américas “de la calle Puebla”.
Yo me pongo a hacer cuentas, a sumar y a restar fechas: en ese tiempo, cuando José Ramón iba a entrar a la Universidad, Andrés Manuel López Obrador era presidente del PRD, y estaba a punto de ser jefe de gobierno del Distrito Federal. ¿Por qué una persona con ese poder no hizo una “llamadita” al rector de la UNAM o al de la UAM o al del IPN para que “le admitieran” a su “hijo”? ¿Por qué Andrés Manuel se negó a usar “sus influencias” en cosas en que, la mayoría de los políticos en México, las usan? Y aún hay gente que piensa que Andrés Manuel es como los demás…
Y José Ramón, con orgullo, dice que él es egresado de la Universidad de las Américas, “la de la calle Puebla”, y que estuvo trabajando, nomás egresar, en un despacho jurídico como el que hacía “las cosas más básicas”.
José Ramón López Beltran en un evento de Morena en el Estado de México. Foto: Especial

XII

Estamos a punto de llegar a la ciudad de México. La carretera se mira cada vez más oscura: pasan de las ocho de la noche. Yo estoy cansado. Observo la cara de César y parece cansado. José Ramón sigue manejando. Pasamos las muchas casetas que dividen al Estado de México de la capital del país.
Rogelio sigue con el celular, buscando las rutas más apropiadas.
Después de hablar de México, de la tragedia de país que significaron Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, de la necesidad de un cambio radical, José Ramón, César, Rogelio y yo nos enfrascamos en charlas sobre béisbol. También tratamos de respondernos quiénes son los grupos de rock más representativos de Guadalajara, Monterrey y de la Ciudad de México.
Con una cara que no sé si interpretar como burlesca o seria, José Ramón nos dice si lo más representativo en materia de música en Guadalajara “¿es acaso Maná?” César y yo, indignados, al unísono, mencionamos la palabra “no”.
Se hace una carcajada entre los que vamos en la camionetita.
-“Mejor hablemos de fútbol”, sentencia César.

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